sábado, 28 de noviembre de 2009

EL ESPEJO Y LA VENTANA - Adalberto Ortíz


Título: El espejo y la ventana

Autor: Adalberto Ortíz Quiñonez (Esmeraldas, Esmeraldas, 1914; Guayaquil, Guayas, 2003) 

Año de publicación: 1967

Edición: Editorial El Conejo, primera edición, 1983

Páginas: 222, 21 capítulos

ADALBERTO ORTIZ (Esmeraldas, 1914) es un novelista que nace y se hace, va conformándose de un libro a otro. Así, tras su celebrado Juyungo, el gran na-rrador esmeraldeño robustece su expresión para construir, en dos planos sabiamente manejados, un mundo que supera el realismo lineal de la década de los años 30 y se sumerge en una "lógica del horror", como subraya Le Monde, que dibuja la decadencia de una familia mulata emigrada a Guayaquil, pero también la lucha —sensual, a veces, dolorosa siempre, en otras cínica— de Mauro Lemos, su personaje protagónico. El interior sicológico (el espejo) y el exterior social (la ventana) se fusionan en esta historia intensa que amplía, sin ninguna duda, el ámbito novelístico de Ortiz.

Hoy me va a tocar utilizar en este artículo un recurso que ya he empleado unas cuantas veces antes. Me refiero a ese de: “Cuando comencé a leer este libro pensaba que sería de esta forma por esto, por esto y por esto., pero la verdad es que me ha sorprendido gratamente por esto otro…” No es en absoluto original (de hecho ya lo utilicé en el post anterior), pero es rigurosamente cierto y se adecua a lo que tengo que decir sobre “El espejo y la ventana”.

Resumen:
Esta es la historia de una familia con tierras que se ven obligados a huir de la ciudad de Esmeraldas cuando esta es bombardeada por las fuerzas liberales y su hacienda arruinada. Mientras los varones se quedan en la tierra para intentar recuperar su fortuna, las mujeres se instalan en Guayaquil, donde malviven en un pequeño departamento de un barrio marginal. Allí el pequeño Mauro crece, va aprendiendo cómo funciona el mundo y llega a convertirse en el líder de una pequeña revolución.
Dicho esto he de confesar que comenzar este libro me daba una pereza insuperable. Por un lado se debe a que anteriormente ya había leído la novela más conocida de Adalberto Ortiz, Juyungo, y, sin ser la obra maestra de Alfredo Pareja Diezcanseco, me resultó pesada (evidentemente le voy a dar una segunda oportunidad: próximamente en este mismo blog; ahora sigan disfrutando con el artículo). Por otro lado basta con leer el texto de contraportada para que uno se haga la idea de que “El espejo y la ventana” se trata de otra novela de denuncia social, donde nos narra el duro día a día de los explotados (en este caso los protagonistas son mulatos, de forma que también iba a aparecer denuncia racial). Los ricos son perversos, torturan a los pobres y beben sangre de niños en sus misas negras mientras bailan la Macarena (no se me ocurre una canción que simbolice mejor el Mal en estado puro). Por su parte los pobres son gente virtuosa que vive permanentemente sometida a los caprichos de los poderosos, pero sin perder nunca la dignidad.
Vamos a ver, entiendo que esas historias son necesarias pero, no nos engañemos, muchas veces su calidad literaria es discutible.
“El espejo y la ventana” no es así en absoluto. Yo la considero una novela psicológica que sigue la escuela de Dostoievski o Baroja pero trasladándola a un entorno que conoce. En ella el autor se abre la piel y se muestra a sí mismo, muestra cómo las circunstancias son las que forman la identidad del hombre. Esta no es una obra de personajes estáticos, que son meros testigos de su realidad. Mauro Lemos, así como el resto de su familia, sufre la Guayaquil de principios del siglo XX, la vive, la respira, la mastica y, a su vez, es masticado por ella. Nada es gratuito. Todo ocurre porque los personajes necesitan que ocurra. Daré un ejemplo. En toda la novela aparece el tema racial en muy contadas ocasiones (cuando Mauro es pequeño una mujer prohíbe a sus hijos que jueguen con él por ser negro). Si esto ocurre el personaje reflexiona sobre sí mismo, sobre su condición, y a otra cosa, mariposa. Adalberto Ortiz no da la murga durante páginas y páginas hablando de lo duro que es pertenecer a una minoría. Y podría hacerlo, porque sabe de eso, pero prefiere que la historia avance.
Esto último es lo más acertado de la novela. La historia avanza, siempre fluye. Hay un capítulo terrible, uno en el que habla sobre la tía Delia (no daré más pistas pero el que lo haya leído lo recordará). Te consigue poner los pelos de punta en cuanto te das cuenta de los que está pasando. Cualquier otro autor se regodearía en ello y haría que la vida de los protagonistas diera un vuelco a raíz de este suceso. Pero Ortiz no. Él entiende que, por muy terrorífica que sea una experiencia la vida es demasiado vasta para que la afecte realmente. Y la historia avanza, una vez más. Así se explica que en sólo doscientas veinte páginas se nos narre la vida entera de un personaje y de la gente que lo rodea sin que el lector sienta que le están escatimando pedazos importantes.
Cada capítulo está compuesto de dos partes, la del espejo, que es una reflexión interior muy lírica, y la de la ventana, que es donde se narra, en tercera persona, la historia de la familia. Contrastan porque, mientras que en la parte del espejo el autor desata su lenguaje (el estilo es muy barroco, deliberadamente oscuro y recargado), la parte de la ventana conserva un estilo claro y directo, impecable. Está bien repartido ya que el espejo abarca unas diez líneas y la ventana es el grueso del capítulo, que suele ser de unas diez páginas. Si la proporción fuera diferente este libro sería insufrible (le tendría que cambiar el título y llamarlo “Las pequeñas estaturas”; lo siento, es que me cabreó mucho).
Pero no es perfecta la novela. Es una lástima que Adalberto Ortiz, que tan adecuadamente mantiene el ritmo de la narración durante los capítulos previos, al final se le desboque y acabe precipitadamente. Podría haber añadido un par de capítulos más para que el relato siguiera su curso natural y acabara cuando tiene que acabar. Esta es una apreciación personal y, si es lo único negativo que he podido encontrar, la valoración, por fuerza, no será menor de:

Puntuación: 93/100
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sábado, 21 de noviembre de 2009

LOS GUANDOS - Joaquín Gallegos Lara & Nela Martínez


Título: Los Guandos

Autor: Joaquín Gallegos Lara (Guayaquil, Guayas, 1911; Guayaquil, Guayas, 1947)
Nela Martínez Espinosa (Cañar, Cañar, 1912; La Habana, Cuba, 2004)

Año de publicación: 1982
Edición: Editorial El Conejo, segunda edición, 1983

Páginas: 319, presentación+2 partes+vocabulario

NELA MARTÍNEZ (Cañar) y JOAQUÍN GALLEGOS LARA (Guayas) fueron una síntesis, una fusión durante un lapso importante de sus vidas, como compañeros y luchadores sociales. Y continúan siéndolo (Costa y Sierra, indio y montubio, hombre y mujer) en este libro –Los guandos- en el que dos discursos narrativos aparentemente (y realmente) opuestos por largos años –el realismo social de la década de los años 30 y la manera más profunda de decir y contar de las promociones posteriores- se unen para conformar un solo corpus novelesco que desmiente, en sí y por sí mismo, toda una polémica en que padres y parricidas nunca dejaron de amarse. El indio desde adentro, entonces, como ser y accionar, en esta espléndida novela.

El libro del que hoy hablaremos es “Los guandos”, escrito al alimón entre Joaquín Gallegos Lara y Nela Martínez. Lo primero que conviene hacer es explicar en qué consistió la redacción de esta novela, pues el mero hecho de estar escrito a cuatro manos es algo que a mí me pone bajo alerta, por lo menos. La historia de la literatura (la historia que yo conozco, que no me he leído todos los libros del mundo) ya tiene muchos ejemplos de experimentos semejantes, en los que dos autores diferentes trabajan a la vez en una misma obra. Alguno ha salido bien (ahora mismo sólo me vienen a la cabeza las colaboraciones entre Borges y Bioy Casares que, sin tener la calidad de las obras propias de cada uno de ellos, son muy recomendables), pero la mayoría ha dado un resultado desastroso. Supongo que eso se debe a que cuando un proyecto es dirigido por dos mentes independientes cada una de ella tiene que sacrificar parte de sus ideas, de su talento narrativo y de su estilo para poder acomodarse a las ideas, el talento y estilo de la otra. Por otro lado, no nos engañemos, la forma de escribir de un hombre y una mujer es demasiado diferente como para que la fusión de ambas no de cómo resultado un caos. Eso era algo que me preocupaba de esta novela, más aún habiendo leído antes a Gallegos Lara, quien tiene un estilo muy definido. Afortunadamente mis peores expectativas no se han cumplido.

“Los guandos” es una novela que empezó a escribir Joaquín Gallegos Lara en 1935. Tras definir la estructura y redactar los primeros capítulos, envía el manuscrito a Nela Martínez para que lo guarde, con la intención de retomarla y completarla más adelante (es digna de alabanza esta edición, pues reproduce una copia de la carta que envía Gallegos Lara a Nela Martínez). El guayaquileño fallece prematuramente y “Los guandos” se pierde durante cuarenta años. Cuando Nela Martínez lo vuelve a encontrar asume que tiene la deuda de terminar la obra de su amigo.
Por todo ello esta novela tiene dos partes muy definidas. La primera, la más corta, escrita por Joaquín Gallegos Lara y la segunda escrita por Nela Martínez empleando la planificación de su compañero pero siendo fiel a su propio estilo. “Los guandos” está escrito por dos autores pero está formado por dos novelas, dos novelas relacionadas en el tema pero independientes en muchos otros aspectos.
Dicho esto hablaremos de la obra en sí. Luego regresaré al tema de las dos novelas en una.
“Los guandos” es una novela que podríamos inscribir en la corriente indigenista que se dio en la literatura ecuatoriana durante la década de los treinta y cuarenta, corriente que estuvo abanderada por “Huasipungo”, de Jorge Icaza. Esta novela es un alegato por la dignidad del indio, raza siempre vencida en el Ecuador desde el establecimiento de la colonia. Además funciona como denuncia a la explotación del hombre por el hombre y a la cruel opresión a la que se ven sometidos los indios por cholos y criollos.
La historia trata sobre un joven heredero de una buena familia cuencana quien, para medrar en política, decide organizar un guando con el que transportar un enorme generador eléctrico que podrá iluminar toda la ciudad de Cuenca. Para definir qué es un guando podemos utilizar el glosario que aparece al final de la obra:
Transporte de grandes cargas en andas sobre los hombros. Los indígenas han sido los únicos guanderos del país.
Hay que mencionar que, aunque las dos partes que conforman la novela están contando las mismas historias, estas son muy diferentes entre sí. En la primera parte da la impresión de que Gallegos Lara pretendía construir una novela más al uso. Presente varios personajes y varias historias que se desarrollan alrededor de la principal, la de la contratación del guando. Nela Martínez, por su parte, a lo que da énfasis es a la denuncia social. Es cierto que recoge todos los cabos sueltos que aparecen en los primeros capítulos y los deja atados, pero mientras algunos los ata al vuelo y luego se olvida de ellos (las historias en torno al contratista, Roberto Recalde: su noviazgo, el vicio de su hermana, su relación con Enrique Hidalgo o su propia ambición), a las historias de los indios les da una mayor importancia. En el capítulo VI de la segunda parte vemos cómo la autora nos narra toda la expedición del guando, entre la estación de tren de Huigra, donde está la maquinaria, y Cuenca. Es un capítulo muy largo y muy bien escrito, con el que realmente consigue transmitir la impotencia de los indios ante las continuas vejaciones e injusticias que sufren a manos de cholos y criollos. Al leerlo me quedó muy claro que este es el capítulo con el cuál había decidido Joaquín Gallegos Lara para finalizar la novela, pues resulta muy conclusivo para todas las sub-tramas. Sin embargo Nela Martínez añade cuatro capítulos más que apenas guardan relación con lo narrado anteriormente, capítulos en los que se explica cómo Pablo Faicán se convierte en el mesías de los indios de Ecuador.
En general diré que es una novela, un duplo de novelas, muy recomendable y que cumple a la perfección su objetivo. Si algo podemos achacar es una cierta irregularidad en los capítulos de la segunda parte, ya que en ocasiones se pone tan poética que se vuelve demasiado densa, cosa que no ocurre en los primeros episodios. Pero igualmente se lee muy bien.

 
 
Puntuación: 73/100

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sábado, 14 de noviembre de 2009

HISTORIAS ESPECTRALES - Edgar Allan García


Título: Historias Espectrales

Autor: Edgar Allan García (Guayaquil, Guayas, 1959)

Año de publicación: 2006

Edición: Alfaguara, serie Roja, primera reimpresión, marzo 2007

Páginas: 140, prólogo + 15 cuentos + estudio

Luego del enorme éxito conseguido por Leyendas del Ecuador, aquí está lo que podríamos llamar una continuación para lectores jóvenes y adultos. En esta ocasión, Edgar Allan García ha logrado recrear espacios y personajes que a más de uno le pondrá la piel de gallina y le helará la sangre, por lo que recomendamos que la mayoría de estas historias no se lean de noche, ni mucho menos a solas, a menos que se consideren muy valientes.

Los mitos, leyendas y cuentos de este libro, y su intensidad, son una gran enseñanza sobre el Ecuador profundo, alimentado desde siempre de magia y misterio. Estamos convencidos de que este libro se convertirá en un verdadero clásico de la literatura infantil.

Hoy me toca comentar el último de los libros de relatos de los que me traje de mi reciente viaje a Quito. Todos los libros ecuatorianos que comentaré desde ahora hasta dentro de bastante tiempo serán novelas. Y el broche con el que cerraré este ciclo (ciclo que abarca “Leyendas y tradiciones quiteñas”, “Novelitas ecuatorianas” y “Estampas de mi ciudad”) es inmejorable. El libro del que voy a hablar a continuación me ha parecido el más ameno y el más regular.

“Historias espectrales” es una colección de cuentos cortos, ambientados en distintas localizaciones dentro de la República del Ecuador (considero un gran acierto el situar cada uno de ellos en su correspondiente lugar antes de comenzar cada historia), en los que se narran leyendas populares. La colección en sí está dedicada a un público juvenil aunque no por ello se debería esperar que el autor se haya comedido con la atmósfera. Un claro ejemplo es el cuento titulado “El Supay”, digo heredero del mejor Lovecraft. Sí es cierto que aunque un fondo tenebroso fluye bajo la superficie de la mayor parte de los relatos García esquiva mostrarnos imágenes truculentas o situaciones realmente desagradables. Por ello, aunque en determinados momentos podemos sentirnos agobiados por la ambientación de algún cuento determinado (he de volver a referirme a “El Supay”; además de ser el cuento más largo es el más escalofriante y conseguido), hemos de decir que no son relatos de terror. Y me queda claro que no lo son porque el autor no lo ha querido. Si hubiera decidido desarrollar las historias por ese camino seguro que lo habría podido hacer, aunque la calidad del conjunto de la obra habría mermado.
“Historias espectrales” se puede considerar la continuación directa de la obra que dio a conocer al autor al gran público: “Leyendas del Ecuador”. No puedo hablar mucho de ese libro porque no lo he leído, pero lo conozco porque hay colgadas en la web unas grabaciones de audio que son, ni más ni menos, narraciones/representaciones de algunos de los relatos del libro mencionado. Para mí fue bastante como para que me sonara el nombre del autor (un nombre muy fácil de recordar y muy apropiado, pues su estilo a la hora de escribir recuerda bastante a Poe). Por lo que he podido comparar “Leyendas del Ecuador” e “Historias espectrales”, los cuentos que aparecen en este último parecen descartes del anterior, los cuales, por su temática, merecieron figurar en una obra diferente. Porque, si bien lo que diferencia ambos libros es que en el primero se cuentas leyendas más generales de estas tierras mientras que “Historias espectrales” está dedicada a aquellas que tienen relación con lo sobrenatural (algunas, que el último de los cuentos, “Bella Aurora”, sólo nos muestra cómo eran los festejos taurinos en el Quito colonial), el nexo de unión es la forma tan particular de narrar y reescribir las tradiciones populares que tiene Edgar Allan García. Uno de los cuentos que escuché de “Leyendas del Ecuador” es el titulado “El Yavirac”. Me resultó una historia muy interesante, un ejercicio de imaginación en el que el autor fusionaba elementos y formas tomadas de “Las mil y una noches” con el ambiente propio del fin del incario. No fue hasta después que me di cuenta que lo que me había contado García en ese cuento era la popular tradición de “La olla del Panecillo”, una de las más conocidas del Ecuador.
Lo mismo ocurre con esta obra. Sólo hay que buscar un poquito para encontrar que la base de los cuentos de este libro están ahí, que desde hace años se asustan a los niños de Zámbiza con la aparición de la Piedra yumba o que todo el mundo sabe que entre los muros de alguna vieja casona el Alamor hay una mujer emparedada esperando que la encuentren. La virtud del autor está en construir un clima de fábula alrededor de sus historias.
Sobre el estilo sólo pudo decir que García sabe adecuarlo perfectamente a lo que pide cada uno de sus relatos. Si el cuento está narrado por un anciano a un grupo de niños el estilo será sencillo, suave y el narrador salpicará su discurso con canciones y poemillas. Si la historia la cuentan los herederos de Naún Briones (me basta que aparezca este nombre en texto para que despierte mi interés; próximamente releeré y comentaré “Polvo y Ceniza”, de Eliécer Cárdenas, una de mis novelas favoritas), el tono será repetitivo, monótono, truculento y desordenado, como si realmente fuera un bandido analfabeto el que lo estuviera contando.
En fin, una colección de cuentos muy grata aunque algo escasa, ya que la mayor parte de ellos se despacha en un par de páginas. De hecho me gustan mucho los hiperbreves (los que están bien hechos, que algunos autores se escudan con la excusa de la economía de palabras para justificar su pereza), pero algunos de estos cuentos pedían, a mi entender, una mayor profundidad.

Puntuación: 88/100

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sábado, 7 de noviembre de 2009

ESTAMPAS DE MI CIUDAD (QUINTA SERIE) - Alfonso García Muñoz

Título: Estampas de mi ciudad

Autor: Alfonso García Muñoz (Quito, Pichincha, 1906; Bogotá, Colombia, 1999)

Año de publicación: 1981

Edición: Autoedición

Páginas: 186. Preámbulo+23 capítulos

"...Y este es el primero de sus méritos: la agudeza y fecundidad de su espíritu observador. Cuantos han escrito sobre costumbres quiteñas populares no han pasado de una docena de artícu­los. No han encontrado más asuntos ni han pe­netrado en todos los campos de observación. Bien es verdad que, con el cambio de costumbres y con la amplitud de la ciudad tentacular, que es Quito, se han multiplicado los objetos y los temas de estudio... ".



11.. .Su vis cómica no es menos digna de en­comio. El pueblo habla en las páginas de sus li­bros, con esa abundancia de modismos que for­man lo que tiene de llamativo el folclor. Los diálogos están tomados del natural. Si el arte los puliera, como pudiera hacerlo, perderían el encanto que tiene el habla popular. El mérito está en enlazarlos en la narración de modo que no se observe que el escritor adrede los conserva con su ingenuo primitivismo, obteniendo de ellos toda la gracia que encierran.


"... Los aficionados a la lingüística, que son muchos en América y aún en el Ecuador, encon­trarán en ESTAMPAS DE MI CIUDAD un arsenal abundante para extraer modismos, giros popula­res, ecuatorianismos, quiteñismos, que son tan apreciados y que tanto se utilizan en la compara­ción de dialectos y en la depuración del idioma de Castilla.


".. .Además de este servicio a las letras sus libros presentan otro muy valioso; en ellos que­dan estampadas dramáticamente nuestras cos­tumbres. Lo que no se encuentra en las obras de historia, serias y clásicas, se hallará en ellos...".


Nicolás Jiménez
 
El libro del que hoy hablaré, "Estampas de mi ciudad" de Alfonso García Muñoz, es una colección de relatos breves de carácter cómico que pretende mostrar situaciones y personajes típicos de la ciudad de Quito. De hecho la mayoría de estos relatos rinden homenaje al famoso chulla quiteño, una figura que podríamos considerar equivalente a la del pícaro de la tradición española. Este es un individuo que se dedica a buscarse la vida. Se caracteriza por una sempiterna comicidad no exente de un fondo de amargura y por un, pese a todo, rigor ético cuyas fronteras jamás traspasa. Dicho de otra forma, es un personaje de ficción que puede estar basado en un tipo social pero que, sin duda, ha sido idealizado por la literatura, el cine y la música popular. Lo mismito que el pícaro, en resumen.

Por lo que he entendido en el prólogo del libro los relatos de los que está compuesto fueron publicados en "El Comercio", diario del que Alfonso García Muñoz era colaborador. Posteriormente el mismo autor se encargó de recopilar todos sus escritos y publicarlos en Bogotá en una colección de series (la obra que estoy comentando corresponde con la quinta serie).
No he leído ninguno de los otros libros auto-publicados por el autor pero entiendo que la selección no ha sido planificada ya que no hay unidad ni relación entre las diferentes historias más allá de que estén todas ambientadas en la capital de Ecuador y que muchos de los relatos están narrados en primera persona por Evaristo, álter ego del autor. Evaristo es un pobre diablo con ínfulas intelectuales, un hombre que intenta sobrevivir con dignidad en una ciudad que quiere conservar su esencia añeja pero que está siendo transformada por obra y milagro de San Petróleo. Esta casado con Jesusa, una mujer de la calle (en el buen sentido de la expresión, si es que existe uno malo), deslenguada e impaciente pero cargada de esa sabiduría popular que se presupone a las verduleras. En algún capítulo parece que Evaristo trabaja en una oficina, en otros que se dedica a hacer chapuzas de lo que salga y en otros que hace las veces de amo de casa y es su Jesusa la que trabaja vendiendo joyas. Suele ser un personaje sobrepasado por los acontecimientos (acontecimientos que en numerosas ocasiones tienen el nombre de su mujer), a través del cual vamos conociendo mejor el corazón que late dentro de la gran ciudad. Las pinceladas pueden ser amables en unas ocasiones, trágicas en otras, pero siempre hay espacio para la ironía y los juegos de palabras. De lo que se desprende de sus opiniones es que el autor es un nostálgico del Quito en blanco y negro. Aunque intenta asimilar los cambios con humorismos siempre queda aquel regusto de que todo tiempo pasado fue mejor.
En este libro abunda la crítica social. Todos los relatos tienen si no una moraleja sí una queja, tanto a las convenciones sociales que impiden el progreso de los ciudadanos, como de las corruptelas de políticos y gobernantes, lacra endémica en ese país. Mención aparte merecen las páginas que dedica a los caciques y tenientes políticos de las provincias en el relato titulado "Caciques de aldea", uno de los más memorables del libro. También habla de las injusticias que sufren los indios, del injusto reparto de la nueva riqueza y de los pobres que malviven en su misma ciudad. García Muñoz ofrece siempre soluciones para arreglar su mundo, unas más utópicas que otras. El problema es que el tono general de la obra puede confundir al lector y no sabe si las críticas son en serio o no. Esto es algo que a mí me pasa con los cómicos ecuatorianos. Voy a poner un ejemplo que vi una vez en un vídeo del famoso humorista Carlos Michelena y que me parece que justifica mi afirmación:
Estamos en un parque y Michelena, con la cara pintada de blanco, representa su actuación rodeado por un corro de gente. El cómico se caracteriza vagamente como un preso (no recuerdo si se pone la típica camisa a rayas o un gorro), pone voz de falsete y hace su monólogo (no soy capaz de acordarme del gag, sólo sé que no me resultó muy divertido).
El público se descojona de la risa, Michelena se endereza, se quita el disfraz y, con su propia voz, dice:
-¿Les ha hecho gracia? Claro. Se nota que ninguno de ustedes ha estado en la cárcel. Pues que sepan que la vida del preso es muy dura…
Es como si un amigo te cuenta un chiste, te ríes y el amigo te echa una bronca por reírte.
Esa sensación es habitual al leer este libro. Algunas situaciones son ingeniosas pero de alguna forma García Muñoz quiere que te sientas culpable por permitir que esas situaciones ocurran.
Vale, no creo que sea incompatible el sentido del humor con la crítica social pero la verdad es que, personalmente, estoy acostumbrado a otro tipo de humor, uno políticamente incorrecto.
Otro detalle que me canta es que a menudo repite trucos, como esos finales del tipo todo fue un sueño (que se pueden justificar en el relato titulado "Soñar no cuesta nada" pero nunca en el llamado "¡Viva el carnaval!") o las apariciones del personaje del gringo, bastante repulsivo.
Lo que no se puede negar es que el retrato que hace de Quito es muy vivo. No sólo en las descripciones sino también en la forma de hablar de sus habitantes. Me refiero a los modismos que emplea y al uso de la proverbial sal quiteña.
Este es un libro recomendable para los que quieran conocer (o recuperar) una ciudad en un período muy concreto, el de la aparición del petróleo, cuando Quito se estaba transformando a pasos tímidos en la ciudad que es hoy.
Pero el que se quiera reír con estos cuentos, ya le aviso, con "Estampas de mi ciudad" no se va a partir el ojete, no.

Puntuación: 59/100



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