sábado, 27 de marzo de 2010

JUYUNGO - Adalberto Ortiz


Título: Juyungo. Historia de un negro, una isla y otros negros

Autor: Adalberto Ortiz Quiñonez (Esmeraldas, Esmeraldas, 1914; Guayaquil, Guayas, 2003)

Año de publicación: 1943

Edición: Biblioteca Básica Salvat, 1982

Páginas: 229, prólogo + 16 capítulos + vocabulario de provincialismos

No tiene texto en contraportada.

Adalberto Ortiz es el segundo autor que, hasta la fecha, repite en este blog. Y lo hace con “Juyungo”, su primera novela y la más conocida de su bibliografía. Como ya dije en el artículo de “El espejo y la ventana”, la novela presente ya me la había leído tiempo atrás y el sabor de boca que me dejó no fue especialmente grato. Pero sabía que me la tenía que leer en condiciones más apropiadas y esto es lo que acabo de hacer. ¿He cambiado mi opinión respecto a mi primera lectura?

Paso a paso. Primero haré el resumen, que esta edición carece de texto en la contraportada.
Ascensión Lastre es un niño negro que vive en la provincia de Esmeraldas. Su padre está aquejado de una dolencia en las piernas que le impide trabajar y su madrastra no oculta el desprecio que siente por el niño. Ascensión abandona a su familia para ser acogido en una tribu de indios cayapas. Estos indios suelen despreciar a los negros, a los que denominan “juyungos” (creo que significa algo así como “diablos”), pero aceptan al pequeño y, hasta su madurez, lo tratan como a uno de ellos. Después de salir de la tribu Lastre acaba instalándose en Santo Domingo de los Colorados, en un campamento de peones que están construyendo una carretera. Conoce allí a la que será su esposa, una mujer blanca, además de al que será su gran enemigo, el negro Cocambo. Más tarde regresará a Esmeraldas, a una hacienda agrícola situada en una isla fluvial. Allí vivirá en compañía de un grupo de compañeros con los que se amistó en el campamento.
Aunque pueda parecer lo contrario no es nada sencillo redactar un resumen de esta obra. En este libro no encontraremos una trama claramente identificada que nos acompañe. Sólo nos habla de la vida de Ascensión Lastre, conocido como Juyungo, desde su infancia hasta su alistamiento en el ejército regular para luchar en la guerra ecuato-peruana de 1941. Aunque al principio Lastre es el protagonista absoluto de la novela, en capítulos posteriores se irá desdibujando, cediendo el primer plano a los demás personajes (para retornar con inusitada fuerza llegando al final). Vemos, por ejemplo, que la historia de amor entre Juyungo y su esposa (de la que ni siquiera recuerdo el nombre) jamás tiene una importancia equiparable a la del estudiante Angulo con Eva.
Retomando lo que iba diciendo al principio del artículo, la segunda lectura de “Juyungo” le ha sentado muy bien. Principalmente porque ahora sí la he leído bien, en condiciones. Como otros libros en los que el autor deliberadamente emplea giros y expresiones muy locales, esta edición dispone de un glosario al final para consultar los términos más oscuros. Esto puede llegar a ser contraproducente porque si el mismo libro no ofrece este diccionario el lector se ve obligado a seguir leyendo sin ayuda, sacando el sentido de las palabras desconocidas del contexto (o ignorándolo, que no siempre es imprescindible entenderlo todo). Sin embargo el mero hecho de disponer de esta herramienta hace que ante la más mínima duda interrumpamos la lectura para buscar el significado exacto. Esto es lo que ha cambiado en esta segunda relectura. He preferido respetar el magnífico ritmo impuesto por Adalberto Ortiz antes de confirmar si los chontaduros son frutas o no.
A diferencia de lo que pude comentar en “El espejo y la ventana”, el conflicto racial es muy importante en el desarrollo de “Juyungo”. Mas Ortiz también sabe jugar con este tema. Por supuesto denuncia la discriminación que sufren los negros desposeídos por una parte de la población, pero no dedica mucho espacio a mostrarla. Se centra en el caso inverso, en el odio que siente Lastre al principio por toda la raza blanca y en cómo este odio se va transformando paulatinamente en conciencia de clase.
Esta novela es profundamente humana. Lo que prima por encima de todo es la relación que mantienen los personajes entre ellos. La vida idílica que disfrutan los protagonistas en esa isla de negros sin dueños (trasunto de la edad dorada, del paraíso africano previo a la esclavitud), la solidaridad que comparten, donde todos cuidan de todos y no tienen que dar cuentas a ningún extraño, es lo que considero el eje de la novela. Es cuando la avaricia y la crueldad del hombre blanco (representada en un hombre especialmente blanco, el alemán Hans) expulsa a Juyungo de su edén cuando se desencadena el desastre.
Finalmente diré que en el estilo se aprecia siempre la elegancia de Adalberto Ortiz (cuando se detiene a describir entornos naturales es glorioso), aunque el desarrollo de los personajes no llega a la introspección psicológica de la que hará gala en “El espejo y la ventana”.

Puntuación: 88/100
 
Posdata. La próxima novela que comentaré se ha elegido sola, ya que de alguna manera respalda temáticamente lo que se cuenta en esta. Será “Cuando los guayacanes florecían”, de Nelson Estupiñán Bass.

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sábado, 13 de marzo de 2010

SANCHO PANZA EN AMÉRICA - Alfonso Barrera Valverde

Título: Sancho Panza en América o la eternidad despedazada


Autor: Alfonso Barrera Valverde (Ambato, Tungurahua, 1929)

Año de publicación: 2005

Edición: Alfaguara, primera edición, octubre 2005

Páginas: 222, 31 capítulos + epílogo

A la muerte de Don Quijote, Sancho se ha quedado sin caballero y sin escudo. Emprende, entonces, un viaje de soledad al Nuevo Mundo y llega, en el año 2005, a la Ciudad de las Colinas y de los Valles.
Sancho deambula por las calles de San Roque; conversa con la gente; conoce al duende triste; dialoga con el poeta del siglo XX. Pero Sancho no logra descubrir por qué en este país nadie es inmortal, por qué aquí los locos no son tan locos y por qué los cuerdos toman a los ingenuos por locos.
A esta novela, narrada con la maestría de Alfonso Barrera Valverde, se la puede anunciar como una propuesta “disparatada, alucinante”, porque se arriesga a dar una nueva vida y otro tiempo a uno de los personajes más célebres de la literatura universal, o se la puede convertir en un escudo y, ahora, el lector ser el Quijote que acompaña a Sancho a seguir “deshaciendo entuertos”.

Hoy toca hablar de “Sancho Panza en América o la eternidad despedazada” (a partir de ahora sólo “Sancho Panza en América”; el segundo título me resulta odioso), de Alfonso Barrera Valverde.
En esta novela nos encontramos con la situación de que, una vez fallecido don Quijote, Cervantes muere sin volver a acordarse de Sancho Panza. Éste, que se encuentra en un limbo literario, es invitado a conocer Quito, pero no su Quito contemporáneo sino el de ahora, el del año 2005. Sancho Panza se hospeda en una casa del barrio de San Roque y asiste a las tertulias que comparten sus vecinos los viernes por la tarde.
Este libro lo componen 222 páginas impresas en fuente gorda y salpicadas por numerosas ilustraciones (unas ilustraciones muy apropiadas, firmadas por Oswaldo Viteri). Con ello quiero decir que “Sancho Panza en América” se puede leer fácilmente en una tarde… con mucha voluntad. Personalmente me ha llevado casi tres semanas concluirlo.
Esta novela me ha resultado pesada por diferentes razones. Primero por el lenguaje, el cual es a la vez sencillo y artificioso (resultaría sencillo en el siglo XVII pero ahora hace que ardan los párpados). Es evidente que en la escritura de este libro Barrera Valverde tuvo muy presente el Quijote y quiso imitar el estilo. El esfuerzo se reconoce pero se da la paradoja de que una novela publicada en 1605 se pueda leer en el siglo XXI saboreando cada una de sus palabras mientras que esta otra, publicada cuatrocientos años más tarde, deja un regusto en el paladar a rancio. A viejuno.
Escribir como Cervantes es una de las mayores tentaciones que puede sufrir y que sufrirá, tarde o temprano, un prosista. Pondré un ejemplo hablando de mí (cosa que hago a menudo, por otra parte). Mi primera lectura completa de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” alteró mis letras durante un tiempo. Por aquel entonces yo estaba escribiendo una novela y, de manera un tanto forzosa, me vi en la necesidad de insertar un capítulo en el que imitaba a don Miguel. El resultado fue, por supuesto, un despropósito. Afortunadamente poco después las aguas volvieron a su cauce y no intenté nuevos experimentos. Pero esto que me ocurrió ha ocurrido a muchos otros. Pocos son los novelistas que tienen éxito tomando el estilo de Cervantes (ahora sí, los que lo consiguen se convierten en autores imprescindibles; en España tenemos como ejemplos a Luis Landero y, en menor medida, a Antonio Muñoz Molina). Lo normal es que suceda lo que le ha sucedido a Alfonso Barrera en esta obra. Es muy dificultoso concentrarse en su lectura. Lo pensamientos huyen hacia otras latitudes, lejos de este tostón.
Habla de las razones por las cuales “Sancho Panza en América” me ha resultado tan espeso. Además del lenguaje me pesa el ritmo. Comienza muy tarde (de hecho no acabo de estar seguro de que comience en algún momento). Algunos capítulos son auto-conclusivos y otros están agrupados temáticamente. Lo que sí es igual siempre es la completa ausencia de acción. En toda la novela no ocurre nada. Aprovecho para enlazar con la siguiente de las razones, la más grave de todas: la trama.
Aquí no se cuenta ninguna historia. Sancho Panza aparece en Quito sin más ni más. En las tertulias a las que le invitan parece transparente (y mudo, lo cual es más incomprensible en este personaje). Sus anfitriones se dedican a comentar la figura de Eugenio Espejo además de otras anécdotas que igualmente se hubieran contado si no estuviera Sancho. ¿Para qué traerlo entonces? Luego se dedican a diseccionar algunas de las características de don Quijote pero no le piden al escudero que narre su versión de las aventuras que vivieron juntos (lo que podría resultar muy interesante). En lugar de eso ¡se las cuentan a él!
Sancho Panza es probablemente el mejor personaje secundario de la literatura mundial y también funciona muy bien como protagonista (véanse los capítulos del Quijote en el que gobierna la ínsula Barataria), pero emplearlo como mero espectador o comparsa es un enorme desperdicio.
La novela, en cuanto a la temática, es terriblemente dispersa. En un capítulo determinado, porque él lo vale, el autor se dedica a reflexionar sobre el fenómeno migratorio que se ha dado en el Ecuador. Y, por supuesto, también repite la archiconocida y un millón de veces contada leyenda del padre Almeida. He echado en falta un capítulo en el que se explique, paso por paso, cómo preparar la fanesca. Ya puestos, ¿qué más da? Aquí cabe todo.
A pesar de todo lo que he criticado, de lo denso que es el libro y de lo que me ha costado acabarlo, este no es uno de los casos típicos de “No me ha gustado el libro. No voy a leer nunca nada más de este autor”. Sí estoy dispuesto a leer alguna otra novela de Barrera Valverde. Le daré otra oportunidad al menos (algún día) porque estoy muy seguro de que no es esta su forma de escribir. Desde el principio queda claro que toda la novela no es más que u juguete literario. Seguramente, amparado en toda la parafernalia del “Año del Quijote”, el autor ha jugado a reproducir sus conversaciones con sus amigotes utilizando un estilo cervantino y metiendo en medio al pobre Sancho Panza, que pasaba por ahí. Porque entiendo esto le doy mi voto de confianza y no entrego a Alfonso Barrera Valverde a las llamas. Sin embargo “Sancho Panza en América” no supera el donoso escrutinio. No le puedo puntuar con más de un:

Puntuación: 47/100

Posdata. El próximo artículo será sobre un autor ya conocido por estos lares: Adalberto Ortiz con su “Juyungo”.





sábado, 27 de febrero de 2010

DE QUE NADA SE SABE - Alfredo Noriega


Título: De que nada se sabe

Autor: Alfredo Noriega (Quito, Pichincha, 1962)

Año de publicación: 2002

Edición: Alfaguara, serie Roja, 2ª reimpresión

Páginas: 179, prólogo + preámbulo + 4 días + estudio de la obra

Múltiples personajes cargados con el peso de su propia cotidianidad confluyen sobre la mesa de una morgue, sitio en el que Arturo Fernández intenta reconstruir, ente partes policiales y meticulosos análisis de órganos, la ficción de vidas que jamás podrá tocar.
Una novela en la que resulta imposible eludir el agobio de la incertidumbre. Una obra en la que el lector transita por puentes trazados entre historias de aparente inconexión.
Alfredo Noriega, voz relevante de la literatura ecuatoriana contemporánea, nos ofrece una novela en la que recrea, con sútil maestría, las eternas contradicciones de la vida y la muerte, de la carne y el alma.

"De que nada se sabe", de Alfredo Noriega, nos coloca en el interior de la ciudad de Quito en el día de hoy. A través de los ojos de un forense vamos conociendo una historia de crímenes pasionales cruzados entre sí. Y la conoceremos gracias a quienes mejor nos la pueden contar: los muertos. En esta ciudad que cada mañana amanece bañada en sangre hay también un resquicio para el amor y para la compasión. Una mujer madura que se enamora de forma absurda de su casi desconocido bibliotecario. Un taxista que se desvive para ayudar y consolar a una pasajera a la que le han atropellado el hijo. Una pareja que consuma un amor a contracorriente y que paga por ello. Y un forense que se preocupa por las historias reales de sus muertos, más allá de lo que figura en la ficha policial.
Esta novela está construida de forma deliberada como un puzzle. Noriega mantiene una cierta continuidad temporal, pero da pequeños saltos sobre ella. A lo mejor no nos cuenta lo que le acontece a un personaje en el momento en que le corresponde sino un día después, cuando dicho personaje lo rememora. Esta me parece una manera inteligente de dar mayor complejidad a la trama sin hacer que el lector se pierda en rincones ciegos.
Por otro lado los personajes resultan complejos e interesantes, una buena muestra de los que da de sí el Ecuador del siglo XXI. Tanto los vivos como los muertos tienen algo nuevo que decir. Me gusta especialmente Hortensia Armendáriz, a la que el autor da un trato de preferencia pues, cuando no es ella misma la que habla, su hijo recupera sentencias que ella dice o que podría haber dicho. También se encuentra entre mis favoritos el taxista Campos, estereotipo de hombre honrado y de víctima propicia de las circunstancias.
Así pues, de esta novela me gusta la construcción, me gustan los personajes y me gusta la ambientación (aunque aún no lo he comentado el retrato que hace esta novela de Quito es uno de los más reconocibles que he tenido la oportunidad de leer). Y, sin embargo, si miran la nota que le he cascado a "De que nada se sabe" verán que es la más baja de los últimos meses.
¿Por qué?
Me toca ahora justificarme.
Esta es una novela que cuenta con las herramientas necesarias para ser una obra memorable. Ya he hablado del estilo y de los personajes. Pero me resulta fallida en lo más obvio. Me atrevería a decir que en lo más sencillo. La historia. Y eso es algo que me descoloca. Son cientos de miles las novelas que he leído que parten de una buena premisa, de una idea brillante, pero luego, por falta de pericia del autor y por no saber cómo jugar sus cartas, quedan reducidas a un quiero-y-no-puedo, a un mero entretenimiento cuando no, directamente, a literatura-basura. Pues esta novela de la que hoy estoy hablando es uno de los escasos ejemplos que he podido encontrar de la situación opuesta. Realmente la historia que nos presenta no vale nada, ni siquiera como telón de fondo para hablarnos de los personajes. Da la impresión de que el autor ha tomado una guía turística de la capital de Ecuador, un par de ejemplares del diario Extra (para los lectores no ecuatorianos este es un periódico muy amarillista que dedica sus páginas a relatar, con todo lujo de detalles, los crímenes más truculentos que suceden en el país y que presenta unas portadas muy gráficas a juego con su temática).
Aprovecho ahora para matizar mis palabras del resumen. Más arriba dije: "En esta ciudad que cada mañana amanece bañada en sangre..." Quiero que quede claro que no es esa una impresión que yo haya recibido al conocer la ciudad. Esta es la imagen que proyecta Noriega en estas páginas. En el Quito de "De que nada se sabe" la vida humana se vende muy barata. Es esta una tierra sin ley donde el hombre más honrado está condenado a muerte. Y el hombre más corrupto también. Y también los de enmedio, por supuesto. Es una novela muy pesimista que juzga y condena sin remedio a la sociedad que intenta representar.
Otro punto negativo que puedo señalar es la fijación que tiene el autor por situar exactamente dónde ocurre en el espacio cada muerte, cada encuentro, incluso la ruta detallada de cada fuga. Ciertamente no toma como referencia la ciudad entera porque ya sería muy caótico. Las fronteras de la ciudad las coloca entre Villa Flora y el parque de La Carolina, pero continuamente van desfilando nombres de calles y barrios. Para los lectores que no sean quiteños les va a costar situarse. Yo tuve que tener siempre a mano un callejero actualizado de la ciudad para localizar cada evento. Es verdad que esto no es imprescindible, que podemos seguir la historia sin saber que el Batán Alto se encuentra a escasas cuadras del colegio Benalcázar, pero, siendo así, sería de agradecer que Alfredo Noriega hubiera sido más genérico en sus descripciones.
Que no se me entienda mal. Esta no es una obra lamentable y si alguien desea leerla no le voy a aconsejar lo contrario (cosa que sí haría con "Las pequeñas estaturas"; es que tengo fijación por ese libro), pero me da mucha rabia porque el autor muestra capacidades narrativas muy altas pero las desperdicia por una trama inane. Ojala en los sucesivo sepa escoger con mayor tino su punto de partida.

Puntuación: 66/100

Posdata. El día 13 de marzo publicaré el análisis de "Sancho Panza en América", de Alfonso Barrera Valverde.

sábado, 13 de febrero de 2010

SÉ QUE VIENEN A MATARME - Alicia Yánez Cossío


Título: Sé que vienen a matarme

Autor: Alicia Yánez Cossío (Quito, Pichincha, 1928)

Año de publicación: 2001

Edición: Paradiso Editores, novena edición, octubre 2008

Páginas: 298

Alicia Yánez Cossío (Quito, Ecuador, 1928), está considerada de manera unánime como la más importante novelista ecuatoriana de todos los tiempos. Es autora de diez novelas: “Bruma, soroche y los tíos”, (1971), “Yo vendo unos ojos negros” (1979) –recientemente llevada a la televisión-, “Más allá de las islas” (1980), “La cofradía del mullo de la Virgen Piponal” (1985), “La casa del sano placer” (1989), “Aprendiendo a morir” (1997), “Y amarle pude” (2000), “Sé que vienen a matarme” (2001) y “Concierto de sombras” (2004). En 1996 su novela “El Cristo Feo” fue galardonada con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.
SÉ QUE VIENEN A MATARME
Desmitificadora y polémica es una magistral recreación de uno de los períodos más turbulentos de la historia republicana, dominado por la figura del dictador Gabriel García Moreno. Oculta en la penumbra de las habitaciones del Palacio de Gobierno, la mirada implacable del tirano aterroriza a todo un pueblo, imponiendo su voluntad omnímada. Mujeres, soldados, sacerdotes y políticos son parte de una historia de crueldad, intolerancia y lujuria. El núcleo de “Sé que vienen a matarme” es un hecho histórico: el asesinato de uno de los presidentes más controvertidos del Ecuador del siglo XIX.

Dos son los mandatarios de los que han dirigido el Ecuador en su época republicana que más son recordados hoy día (pido perdón a la memoria de Velasco Ibarra y de León Roldós). Sus nombres los encontramos en calles y plazas, en escuelas, parques y pueblos. Ambos marcaron la sociedad de su tiempo hasta el punto de poder asegurar que hubo un antes y un después de la presidencia de cada uno de ellos. Ambos protagonizaron violentas revoluciones, ambos murieron asesinados en Quito. Ambos fueron enemigos irreconciliables. Eloy Alfaro, liberal, fue elegido en el año 2005 como el ecuatoriano más importante de la historia. Gabriel García Moreno, conservador y protagonista de la obra que estoy comentando, fue propuesto por sus seguidores para su beatificación.

Tenía muchas ganas de leerme este libro, tantas como curiosidad sentía por el personaje de García Moreno. Actualmente es fácil encontrar su nombre por toda la toponimia del país, pero su recuerdo parece haber sido tachado, cosa que no ocurre con Alfaro. Con “Sé que vienen a matarme”, de Alicia Yánez Cossío, esta curiosidad ha sido satisfecha.
Mi primera impresión fue que en este libro me encontraría con la novelización de los últimos años de vida del dictador, algo así como lo que en su día ya hizo Gabriel García Márquez (el Gabriel García que sí debería subir a los altares) en “El general en su laberinto” con la figura de Simón Bolívar. En realidad “Sé que viene a matarme” es una biografía de Gabriel García Moreno, desde la llegada de su padre a las colonias hasta las consecuencias de su asesinato. No es una biografía académica, no es la que aprobaría un historiador sino la que elaboraría un novelista. Esto es, sin dejar de ser rigurosa en los hechos que expone, la autora dedica más tiempo y más recursos a profundizar en la psicología del personaje así como en la de la nación que a presentarnos datos fríos acompañados de cifras. El problema de este planteamiento es que el lector puede llegar a sentirse perdido en la línea temporal. Dos acontecimientos alejados por muchos años nos pueden parecer contemporáneos y viceversa (y la verdad es que ayuda muy poco la cronología insertada al final de la obra por ser muy escasa y parca en detalles).
Por otro lado Yánez Cossío no es imparcial respecto al protagonista. En muchas ocasiones emite juicios de valor que no le dejan muy bien parado, aunque , a decir verdad, habitualmente mantiene las distancias.
Asumiendo que la figura del dictador no ha sido desvirtuada en exceso en esta obra voy a animarme a juzgarle yo también.
Sin ser psicólogo considero que la personalidad de García moreno encaja perfectamente con los rasgos propios de un psicópata. Fue un tipo que no empatizaba con nadie. No tenía ningún tipo de escrúpulo a la hora de pasar a alguien por las armas, aunque ese alguien le hubiera salvado la vida previamente. Sus actos fueron realmente bárbaros, aunque él mismo fuera una persona muy culta y civilizada. Los años de su gobierno fueron un auténtico reino del terror, donde la dictadura de las buenas costumbres se convirtió en una auténtica tiranía. Las cárceles del estado se llenaron de ciudadanos que habían cometido faltas muy menores a la moralidad impuesta por el presidente, pero por ello mismo, imperdonables para el tirano. Eso sí, a pesar de su sed de sangre, fue un hombre razonablemente íntegro. Con su escalada hacia el poder no pretendía satisfacer sus bajas pasiones buscando simplemente enriquecerse a costilla del erario público (como han hecho tantos y tantos y tantos y tantos y tantos…) García Moreno realmente se consideraba un mesías (con cruz y todo) que venía a salvar a su país de los malos gobiernos y de la anarquía en la que se encontraba sumido. Por su puño muchos inocentes sufrieron y fueron perseguidos, pero también muchos inocentes salvaron sus vidas (me refiero a su gestión cuando se produjo el terremoto en Imbabura). Escribió su nombre con sangre en la historia patria, lo cual no es tan terrible cuando tantos otros lo escribieron con mierda (parecida opinión defendía Juan Montalvo quien, aunque fue acérrimo enemigo del tirano hasta el punto de considerarse responsable indirecto de su asesinato, en sus escritos le califica como un buen gobernante cuando lo pone al lado del infame Veintemilla).
Ya me he desahogado. Vuelvo a la novela.
Alicia Yánez Cossío, como se puede comprobar con todo lo que acabo de rajar, consigue convencer e imponer su visión del personaje. La obra funciona pero se queda el regusto de que hubiera funcionado mejor si la autora se hubiera animado y hubiera escrito una novela, la famosa novela del dictador hispanoamericana, aunque así hubiera abarcado un período más breve en la vida de Gabriel García moreno.
Quizás se pueda reprochar que los últimos capítulos son apresurados, como si la autora tuviera prisa en acabar. Mientras que la primera legislatura queda reflejada con mayor detalle, la segunda queda muy reducida (a pesar de que esta se prolongó durante más tiempo). Apenas se nos cuenta nada de esta, sólo los ánimos del pueblo, que esperaba con ansias en inminente tiranicidio.
Puntuación: 81/100
Posdata. Nos volveremos a encontrar dentro de catorce días con “De que nada se sabe”, de Alfredo Noriega.


sábado, 30 de enero de 2010

LAS CATILINARIAS - Juan Montalvo


Título: Las catilinarias

Autor: Juan María Montalvo Fiallos (Ambato, Tungurahua, 1832; París, Francia, 1889)

Año de publicación: 1880-1882

Edición: Libresa, colección Antares, segunda edición, diciembre 2008

Páginas: 393; Estudio introductorio + Algunos juicios críticos + Cronología + Bibliografía recomendada + Temas para trabajo de los estudiantes + 12 ensayos

Conjunto de doce ensayos publicados entre 1880 y 1882, que critican al dictador Ignacio de Veintemilla, que ejercía un mal habido poder en el Ecuador desde 1876: lo tacha de tirano, de inculto y salvaje; condena su prepotencia y arrogancia; pone en evidencia la corrupción, la opresión y los crímenes políticos que propicia. Y, como cortina de fondo, describe a la sociedad ecuatoriana de su tiempo, sin dejar de juzgar, también en forma dura, a otros políticos o a sectores del clero.
Considerado el libro más combativo de Montalvo, Las Catilinarias conserva actualidad. Transcurridos más de cien años de su publicación, sus críticas parecen dirigidas a combatir una situación social y política que no parece haber cambiado nada, sino, por el contrario, hacerse más grave.

Hoy finalmente me enmiendo de una de las mayores carencias que tenía este blog. No era justificable el hecho de que en una página dedicada a autores ecuatorianos faltase un artículo sobre Juan Montalvo, para muchos el hombre que ha dado mayor lustre a las letras de este país. Más aún cuando anteriormente ya he reseñado una obra de Juan León Mera, su álter ego oscuro (pido perdón por llamarlo así; sólo es que me llaman la atención las coincidencias entre ambos literatos: los dos nacieron en el mismo año, en la misma ciudad y su nombre de pila es Juan, pero uno es conservador mientras que Montalvo es liberal) a pesar de que yo debería tener más afinidad con este autor. Lo dicho, esta manifiesta injusticia quedará hoy resuelta con el comentario de “Las catilinarias”, quizás la obra más popular de Juan Montalvo, una colección de artículos/ensayos dedicados a dinamitar la imagen pública del dictador Ignacio de Veintemilla.

Tengo sentimientos encontrados al respecto de esta obra. Por un lado he quedado admirado por la elegancia y la maestría en el manejo del lenguaje de la que hace gala el autor ambateño, y por otra encuentro ciertos detalles que me chirrían. Mejor comenzaré con lo que menos me ha gustado, así me lo quito de encima.
Primero. Soy consciente de que, a pesar de que Juan Montalvo es la voz de los liberales ecuatorianos, es un liberal del siglo XIX. Es un liberal pre-Nietzsche, pre-Darwin, pre-Marx y pre-Freud (sé que algunas de estas figuras son contemporáneas o incluso anteriores a Montalvo, pero sus ideas aún no han sido suficientemente difundidas, estudiadas o aceptadas). Con ello nos encontramos con que muchas de las aseveraciones que encontramos en esta obra nos pueden parecer muy rancias, más cercanas a lo que hoy entendemos como conservadoras. Esto es así cuando el autor, refiriéndose a los primeros movimientos feministas que levantan su voz en Europa, dice: “No vamos tan adelante en nuestras exigencias, señores, que nos pongamos ahora a reclamar el pleno ejercicio de los derechos políticos, como en mala hora están haciendo en Francia, Alemania y otras naciones ciertas mujeres de poco juicio;…”. No es este el único caso. En ocasiones arremete contra minorías étnicas, como negros o indios, además de despreciar la cultura ancestral de su propio país. Da la impresión de que le gustaría que el Ecuador fuera una nación europea y le cabrean todas las singularidades que lo aparten de su visión.
Otro detalle discordante es que denuncia la hipocresía del clero, pero él mismo habla como un predicador, dando recetas para la salvación del alma (no estoy acusando al mismo Montalvo de hipócrita pues no considero contradictorias ambas cosas, sólo me llama la atención que, siendo liberal, dedique tantas letras a adoctrinar sobre moral cristiana).
Por último, y con esto me dejo de dar pegas, Juan Montalvo se quiere mucho a sí mismo. Él es un genio, todo lo que hace es honorable y todo aquel que ose criticarle es indigno. Acepto que estos son artículos muy personales y que en el género ensayístico la humildad no suele estar presente (salvaré si acaso a Alfredo Bryce Echenique, pero se dice que no todos sus artículos son suyos), acepto que, efectivamente, él se condujo fiel a sus principios a lo largo de toda su vida, acepto que la mayor parte de sus críticos eran ciegos a sus propias vigas, pero Montalvo se excede en su glorificación.
Vayamos ahora a las partes que son dignas de elogio. La primera salta a los ojos nada más leer la primera página. El estilo de Montalvo es sublime, muy claramente influenciado por Cervantes. Se nota que fue un hombre de vasta cultura, pues muy a menudo inserta referencias clásicas. Eso sí, si considera que estas son demasiado oscuras de inmediato hace la aclaración pertinente para que los lectores más legos puedan comprender el sentido de sus metáforas.
En todas y cada una de las doce catilinarias Montalvo se dedica a desollar a un personaje de la política ecuatoriana. Su víctima predilecta, cómo no, es el citado general Veintemilla (un oscuro tiranuelo que habría sido olvidado por la Historia si el propio Montalvo no lo hubiera hecho inmortal), pero también dedica sus dardos envenenados al anterior presidente, Antonio Borrero, a su ministro Manuel Gómez de la Torre, al general José María Urbina, así como a distintas congregaciones religiosas (le tiene mucha inquina a los jesuítas). Montalvo domina el arte del insulto en distintas variantes. En ocasiones se limita a emplear el sarcasmo (son despiadadas las descripciones que hace de sus enemigos, tanto físicas como morales), pero otras veces pide directamente el asesinato del personaje en cuestión. No se corta en llamar pusilánimes a los ecuatorianos por no echarse a la calle a despedazar al déspota que los gobierna (esta acusación me produjo no poca sorpresa además de parecerme muy injusta, pues son pocos los presidentes que han completado su legislatura en la República de Ecuador, siendo los más de ellos, también Veintemilla, depuestos por acción de un golpe militar o de una revuelta ciudadana).
Pero sería muy inapropiado decir que “Las catilinarias” es sólo un catálogo de insultos. Montalvo imparte lecciones de buena educación, de buenas costumbres, de buen juicio y de estética. Este libro puede ser considerado (y así lo ha sido por mucha gente) una auténtica guía moral.
Para concluir, y teniendo en cuenta los aspectos menos favorables que remarqué antes, este libro es un grandioso modelo de retórica. Y es un auténtico placer leerlo.

Puntuación: 79/100
 
Posdata. Dentro de dos sábados seguiremos con obras dedicadas a dictadores de triste fama. Comentaré entonces “Sé que viene a matarme”, de Alicia Yánez Cossío, donde se nos narra la vida de Gabriel García Moreno.

sábado, 16 de enero de 2010

LA MADRIGUERA - Abdón Ubidia



Título: La madriguera


Autor: Abdón Ubidia (Quito, Pichincha, 1944)


Año de publicación: 2004


Edición: Editorial El Conejo, 2009


Páginas: 346, 17 capítulos

Bruno es un pintor de cincuenta años que se pregunta por el sentido de su vida, de sus amores y de su arte. AleXandra es una dama que intenta llenar con pasión el vacío de su existencia. La ciudad es un espacio que ya no cree en utopías y que ha dado paso a una modernización sin alma. En el país, la pus de la corrupción se desborda. Bajo este marco, esta novela, que pronto habrá de convertirse en un texto memorable de nuestra literatura, desarrolla una historia de amor y otra de estafa financiera y chantaje que mantendrá en vilo a sus lectores.



La Madriguera es un novela de escritura lúcida que convierte en materia de la ficción los debates culturales del mundo contemporáneo; un texto que atrapa al lector inteligente por la sobriedad de su narración; una escritura que domina el arte de contar una historia.


Al mismo tiempo, La Madriguera, de Abdón Ubidia, es una novela que indaga profundamente en las contradicciones existenciales del ser humano que, heredero de los ideales del pensamiento moderno, se ve enfrentado al cinismo doloroso de la posmodernidad.


Raúl Vallejo


Hoy, por primera vez desde que abrí este blog, voy a repetir con un autor. El elegido no podía ser otro que Abdón Ubidia, de quien ya comenté la novela “Sueño de lobos” en el primer artículo que publiqué en esta página.

Quiero revelar aquí una costumbre personal que tengo. Todos los años los tengo que comenzar leyendo una buena novela. Considero que según la satisfacción que obtenga de esa primera lectura así será de bueno el año. Sé que es una tontería (como lo son todas las tradiciones), pero cuando uno está necesitado de fortuna cualquuier rito es válido. A lo que iba. Por si esta costumbre funciona prefiero no pillarme los dedos e ir sobre seguro, de manera que elijo muy bien la obra que me encontrará leyendo el nuevo año. Donde otras veces han estado Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Jorge Luis Borges, hoy está Abdón Ubidia. 2010 será un gran año.
Nos encontramos en Quito a finales del siglo XX. El volcán Pichincha está escupiendo bocanadas de ceniza sobre la capital, el gobierno de Jamil Mahuad se tambalea, el país se encuentra sumido en una crisis financiera que terminó de arruinar a las clases medias y bajas, empujando a cientos de miles de ecuatorianos a hacer cola en las embajadas para conseguir un visado de escape…
Con este telón de fondo se nos cuenta la historia de Bruno, un pintor que alcanzó cierto reconocimiento en los ochenta pero que se encuentra hastiado, artística, sentimental y vitalmente. El protagonista toma la determinación de colgar los pinceles y encauzar su vida. Pretende organizar una fundación en su ático (la Madriguera) que aglutine a otros artistas plásticos de la ciudad. Su plan fracasa y el artista opta entonces por el Mal. Con la ayuda de su amigo Bernardo, falsificador de cuadros, pretende chantajear a su hermano mellizo, uno de los empresarios más influyentes del país y con el que no mantiene ninguna relación desde su juventud.
Lo primero que conviene aclarar es que, a pesar de lo que se pueda desprender de este resumen o del texto de la solapa, este título no es un thriller. La trama del chantaje al mellizo puede contener cierto suspense, pero este se diluye pronto. Desde luego no ha sido ese el camino que ha querido tomar el autor. Lo que yo entiendo (yo, que no he vivido en ese lugar ni en ese tiempo; yo, que no conozco la realidad ecuatoriana si no desde fuera) es que “La Madriguera” es una reflexión sobre la ciudad, sobre aquello en lo que se ha convertido. Es, de alguna manera, un manual de instrucciones para entender a Quito en los albores del siglo XXI. La decisión del protagonista, cuando después de años de integridad, deja de ser artista para convertirse en mercader, traicionando todos sus ideales, es la deicisión de una sociedad entera, de una ciudad pintoresca y conventual que, de la noche a la mañana (gracias a la intercesión del santo petróleo) vende su alma y se convierte en algo para lo que no estaba preparada.
En la contraportada de esta edición aparecen fragmentos de diversas críticas. En casi todas ellas se hace un elogio de la reflexión sobre la opción del Mal que Ubidia hace en esta obra. Me adhiero a ellas, pero mi adhesión es condicional. Es cierto que en “La Madriguera” se analiza esa opción por el Mal (el mismo autor lo repito continuamente en la segunda parte de la novela), pero es un Mal mediocre, patán. Es todo el Mal al que tiene acceso un hombre que no está entrenado para ello.. Ni el protagonista era un santo en los primeros capítulos ni un diablo en los últimos (afortunadamente, porque perdería credibilidad). Considero mucho más correcto decir que el tema de la obra es la Culpa. La Culpa que sienten los protagonistas, los antagonistas, los ricos y los pobres, la Culpa del Norte y la del Sur, la Culpa vieja´la heredada de la colonia y más allá; y la Culpa nueva, la que viene del Oriente empaquetada en barriles. En esta ciudad todos son culpables y todos son expertos en esconder sus culpas.
Que la narrativa de Abdón Ubidia es prodigiosa es algo que sabrán todos los que le hayan leído antes. Sabe manejar los tiempos y sus recursos. No puedo dejar de mencionar ese espectacular flashback del último capítulo, donde se permite revelar los secretos de la estructura interna de la novela, como su carácter dual, por si se nos había pasado por alto.
Quizás se pueda echar en falta carisma en sus personajes, que no me parecen tan definidos como en “Sueño de lobos” (en “La Madriguera” los personajes me resultan demasiado reales, demasiado inspirados en modelos del entrono del autor, siendo ese uno de sus juegos). Pero esta falta queda compensada por lo bien que se ha trabajado esa historia de amor y humillación entre el protagonista y AleXandra.
Sólo espero que para todos este 2010 sea también un año de sobresaliente.


Puntuación: 94/100

Posdata. Dentro de dos semanas me saldré del esquema y aparcaré la novela por el ensayo. Presentaré entonces “Las Catilinarias”, de Juan Montalvo.

sábado, 2 de enero de 2010

EL ÉXODO DE YANGANA - Ángel F. Rojas


Título: El éxodo de Yangana

Autor: Ángel Felicísimo Ojeda Rojas (Loja, Loja, 1909; Guayaquil, Guayas, 2003)

Año de publicación: 1949

Edición: Editorial El Conejo, primera edición, 1985

Páginas: 360, 3 partes + 1 preludio + 2 interludios + 1 postludio

Ángel Felicísimo Rojas (1909), es un escritor lojano de sobria y sólida trayectoria. Desde BANCA (1938), su primer libro, muestra una gran seguridad narrativa. En EL ÉXODO DE YANGANA (1949), sus cualidades expresan, además, una inteligente asimilación de los movimientos literarios de la época.
Conforme al crítico Hernán Rodríguez Casino, EL ÉXODO DE YANGANA es "el caso mayor, la cumbre de las novelas de esta década del 40 al 50 (...), para algunos buenos lectores y críticos, la mayor novela que se haya escrito en el Ecuador en bastantes años".
Siendo desde ei punto de vista temático una versión próxima al clásico argumento de Fuenteovejuna, posee dimensión literaria propia. En una perspectiva distinta a ¡a de los años 30, pero manteniendo aún ligamentos perceptibles, EL ÉXODO DE YANGANA deja atrás la violencia verbal de los años anteriores. Así, "su mucha materia novelesca es trabajada como una gran construcción de espléndida grandeza".


El artículo que van  a leer a continuación me ha resultado muy difícil de escribir pero también muy agradable. Son tantas las cosas que quiero decir que por fuerza he tenido que recortar mucho este texto, algo que siempre es doloroso para el que escribe. Anteriormente ya he hablado de otras obras a las que no daba yo mucho crédito y que sin embargo luego me entusiasmaron (estoy siendo muy afortunado, pues desde que abrí este blog son más los casos de este tipo que las decepciones). Con “El éxodo de Yangana” no me he entusiasmado. Con esta novela me he quedado realmente sin palabras. Recoge  más que ninguna el espíritu con el que inicié esta página, el de descubrir y promocionar obras escritas en Ecuador desconocidas más allá de sus fronteras. Yo no conocía “El éxodo de Yangana”. Nunca había oído hablar de Ángel F. Rojas. Aún no sé porqué elegí este libro entre tantos como se me ofrecían en aquella librería de viejo en el centro de Quito, cuando de esta novela no me atraía ni siquiera la portada. He de confesar incluso que he pospuesto su lectura un par de veces en favor de otras. Y sin embargo (y me van a tener que perdonar esta expresión tan netamente española) esta es una novela COJONUDA. Por ello me siento muy orgulloso de presentarla.
Allá voy.
La historia de este libro toma como referencia el drama de Lope de Vega “Fuenteovejuna”. Un pueblo pequeño (una especie de edén idílico) que vive a espaldas del estado comete un crimen imperdonable, lincha a un gamonal que se había apoderado de las tierras comunales. Ante la inminente respuesta de las fuerzas armadas enviadas por la capital para castigar a la aldea rebelde, los vecinos meten fuego al pueblo de Yangana y se marchan todos juntos al oriente para refundarlo, lejos del alcance de sus perseguidores.
Este es el resumen más apropiado que he podido redactar de la trama de esta novela, trama que no vamos a encontrar hasta más allá de la página doscientos (cabe recordar que este libro no es un tocho de mil quinientas páginas si no que apenas cuenta con trescientas sesenta; con esto quiero decir que en casi dos tercios de la novela no vamos a encontrar más que sombras de lo que será el argumento).
En la primera parte (que ocupa unas cien páginas) el autor nos enumera a los participantes de la expedición. Literalmente. A través de cuarenta y seis fragmentos nos va a presentar a cada uno de los habitantes de Yangana indicando algún detalle de su vida o de su personalidad que nos permita identificarlo. No piensen con ello que esta es una novela coral en la que aparecen multitud de personajes. En realidad sólo hay un puñado a los que podemos considerar importantes. A la mayoría se les menciona en esta primera parte y ya no vuelven a aparecer. Si lo miramos fríamente esta forma de comenzar una novela no puede ser más aburrida. Pero las apariencias engañan, ahora más que nunca. Cada uno de estos fragmentos, de estas biografías mínimas, son brillantes, amenas y precisas. El autor consigue que, con un par de características, podamos definir perfectamente el carácter del personaje en cuestión. Además Rojas sabe jugar con sus recursos y en vez de recrear pequeños cuadros costumbristas construye unas escenas exageradas (sin pasarse) en las que podemos prefigurar rasgos de lo que luego se dará en el “realismo mágico” (ese gafe de Fosforito López, quien desde bien pequeño atrae al fuego).
En la segunda parte lo que leeremos serán las notas de un naturalista gringo, Míster Spark, quien vivió un tiempo en Yangana, y disecciona la geografía y la sociedad del pueblo con una minuciosidad propia de su oficio. De esta manera nos acerca lo usos y costumbres de la población a la vez que nos adelanta algunos sucesos que darán origen a la tragedia. Pero tampoco se nos presenta aún el argumento principal, puesto que Míster Spark se pierde en la amazonía un año antes del éxodo.
Sólo en la última parte encontraremos la historia que resumí al principio. Esta estructura general de la novela puede resultar chocante, pero es una decisión muy inteligente del autor. Si la construcción fuera convencional el lector podría sentirse horripilado por el crimen, por mucho que se hubieran dedicado las primeras páginas en exponer las injusticias que sufre el pueblo bajo el yugo de los hacendados advenedizos. En lugar de eso Rojas dedica sus esfuerzos primero en que conozcamos a todos los vecinos y luego en que conozcamos la idiosincrasia de la aldea. Cuando por fin se da el suceso tanto tiempo esperado ya no somos espectadores, ya nos hemos fundido con Yangana. No es sólo que justifiquemos el linchamiento, es que llegamos a participar en él.
En esta novela encontramos denuncia social, pero la justa. No es de esas en las que hay una putada por página para la víctima correspondiente. De hecho los villanos, los gamonales, no lo son tanto. Ignacio Gurmendi no es más que un infeliz que se ve arrastrado a la perdición por imbécil (de lo que no he encontrado ni gota es de indigenismo, a pesar de que ya he visto mencionada alguna vez esta novela como ejemplo del mismo; entre la población de Yangana hay mucho mestizajes sin discriminación racial).
Por último, “El éxodo de Yangana” es también una reflexión sobre la historia de los pueblos de América (muchas veces me ha parecido que el nombre del pueblo se transformaba en “Macondo”). Viven ignorados y oprimidos por un gobierno distante, se sublevan y eligen a un libertador para que los guíe, quien luego de cumplir su misión pretende mantener el poder en sus manos (sustituyan gobierno distante por chapetones y libertador por Libertador).
Me molesta tener que finalizar el artículo porque me dejo muchas cosas en el tintero. Acabaré con una recomendación. Léanse este libro. Es de lo mejorcito que se ha escrito en el Ecuador en todo el siglo XX.
 
Puntuación: 95/100

Posdata. Sé que los últimos libros que he comentado tienen las notas muy altas, pero es que realmente las merecen. De hecho sospecho que la tendencia continuará, ya que la novela que voy a comenzar a leer ahora es de un viejo conocido. Próximamente "La Madriguera", de Abdón Ubidia.


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sábado, 19 de diciembre de 2009

HUASIPUNGO - Jorge Icaza


 Título: Huasipungo 


Autor: Jorge Icaza Coronel (Quito, Pichincha, 1906; Quito, Pichincha, 1978)
 

Año de publicación: 1934
 

Edición: Cátedra, Letras Hispánicas, 6ª edición, 2005 


Páginas: 255, introducción + esta edición + bibliografía + Huasipungo + vocabulario




Como muchos escritores de su generación, Jorge Icaza vio en sí mismo y en sus obras una consecuencia final de las transformaciones que el liberalismo había introducido en el Ecuador en las primeras décadas del siglo. Con su obra, parece sumarse a quienes pretendían hacer de la literatura una manifestación de la lucha de clases, un arte proletario al servicio del proletariado internacional, cuyos mejores representantes en la sierra ecuatoriana eran los indios y otros sectores populares.
Huasipungo es una pieza fundamental en el desarrollo de la narrativa indigenista andina. El indio que aparece en ella no es un indio mítico, sino un indio acosado por una naturaleza hostil y por los tradicionales abusos de los latifundistas. Junto al indio aparece el cholo, víctima del blanco y verdugo del indio.

Si hay una novela ecuatoriana cuya fama ha trascendido más allá de la República del Ecuador (siempre dentro de unos círculos especializados), esa es “Huasipungo”, de Jorge Icaza. La prueba está en la edición que he leído, publicada por una editorial española, la prestigiosa Cátedra, dentro de la colección Letras Hispánicas. Para que una obra sea publicada dentro de esta colección deben darse una serie de requisitos muy exclusivos, y esos se dan en la novela de Icaza.

Alfonso Pereira es un hacendado holgazán que malvive en Quito de las rentas de sus tierras que tiene medio abandonada en Cuchitambo. Cuando las deudas le vencen se ve obligado a instalarse en ella y hacer una serie de acondicionamientos que la hagan más atractiva para unos compradores norteamericanos Estos trabajos son realizados por los indígenas que viven en sus tierras, a los que trata como ganado. A lo largo de toda la novela somos testigos de la ignominia que el indio ecuatoriano ha tenido que sufrir desde tiempos inmemoriales a manos de terratenientes, sacerdotes y tenientes políticos, además del desprecio que por ellos sienten indios y cholos (Icaza denuncia un sistema de castas encubierto en el Ecuador rural, donde el porcentaje de sangre blanca en un individuo marca su status social y donde los indios son los intocables).
Al que haya leído anteriores artículos de este blog (en concreto este) le sonarán estos argumentos. Desde luego “Huasipungo” no es la primera novela indigenista que se escribió en Ecuador, pero su impacto fue tal que transformó la narrativa del país durante décadas. Fue como decirles a los ecuatorianos: “Dejaos de fantasías de progreso y modernidad. Esta es una realidad, está sucediendo aquí y ahora y no podemos seguir mirando hacia otro lado”. Sus contemporáneos del oficio no pudieron más que hacer eco con sus palabras.
Hablemos ahora de lo que nos podemos encontrar en estas páginas. En el primer fragmento (esta novela está compuesta por episodios sin numerar) nos presenta al hacendado. Icaza tiene el buen tino de no plantear al villano como un macho arrogante y poderoso acostumbrado a que su palabra sea ley, galopando por el páramo fusta en mano para corregir a sus esclavos. En lugar de eso Alfonso Pereira se comporta como un hombre apocado y débil de carácter que se ve obligado a actuar contra su voluntad acosado por las deudas. Una vez en su hacienda Pereira da buenas muestras de su complejo de inferioridad comportándose ante la indiada como un auténtico hijo de la gran puta (aunque nunca da la cara, para eso tiene a sus esbirros). Por supuesto no es Pereira el único villano de la historia, que también lo son los cholos amayorados que trabajan de verdugos al servicio del patrón-grande-su-mercé, y el mayor cabronazo de todos, el cura del pueblo, un tipejo sórdido para el que cualquier desgracia es una oportunidad para hacer negocio (Icaza subraya con este personaje una lacra endémica del país desde los tiempos de la colonia, el desorbitado poder que tiene la iglesia católica). Por otro lado tenemos a las víctimas de este sistema feudal, los indios. Estos no aparecen retratados con clichés del buen salvaje ni son héroes al uso, pues el autor los pinta tal cual él los ce. Aunque no es esa la intención de la novela Icaza es honesto y no duda a la hora de relejar los defectos de Andrés Chiliquinga, el protagonista. Nos encontramos así ante un individuo que maltrata a su pareja cuando se siente frustrado, que tiene terribles accesos de mal humor, que roba y mata cuando se siente obligado a ello. Pero es el héroe, es el que sufre las mayores injusticias de todos, y nos podemos sentir identificados con su lucha.
Sobre la estructura de la obra diré que me ha parecido irregular. Es cierto que el lenguaje de los personajes ha sido muy cuidado, respetando al máximo las expresiones y formas de hablar de los indios (mucho mejor que lo que hizo Joaquín Gallegos Lara el “Los guandos”; si bien es cierto que es sencillos perderse en sus parlamentos y hay que recurrir a menudo tanto al glosario del final como a las notas de pie de página). El problema mayor es que la trama no avanza con fluidez, falta una unidad en los temas. Se le nota a Icaza su inexperiencia afrontando una novela cuando supedita la construcción de la misma a su afán de denuncia, empalmando cuadro tras cuadro sin dar prioridad a una historia concreta. Entiendo la intención del autor y que esta obra tenía una prioridad por encima de su valor estético, pero enfocándola fríamente como literatura puede perder bastantes puntos. Eso sí, acaba dónde y cómo tiene que acabar.
Ya por último quisiera señalar un par de cosas. La primera es una escena que me hizo especial gracia por estar calcada al final de la película “Bienvenido, mister Marshall”, de Luis García Berlanga (todo aquel que la haya visto la podrá identificar de inmediato). La otra es que, después de leer “Huasipungo” puedo entender aún mejor, si cabe, las razones de la rebeldía del protagonista de la novela anterior, Naún Briones.

Puntuación: 93/100
 
Posdata. Como me gustó el anuncio que hice en el último artículo, lo voy a convertir en costumbre. Dentro de dos semanas hablaré de "El éxodo de Yangana", de Ángel F. Rojas.

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domingo, 6 de diciembre de 2009

POLVO Y CENIZA - Eliécer Cárdenas

Título: Polvo y ceniza

Autor: Eliécer Cárdenas Espinosa (Cañar, Cañar, 1950)

Año de publicación: 1979

Edición: Eskeletra editorial, primera edición, 2001

Páginas: 350, 22 capítulos

Polvo y ceniza no es únicamente la ficción aventurera de un bandido, sino una novela de estructura cerrada, con ruptura lineal y temporal y buen manejo técnico del tema, en torno a la vida, pasión y muerte de un héroe popular mítico, el bandolero Naún Briones, quien se convirtió en tal al rebelarse contra una situación socioeconómica injusta e intolerable del agro austral ecuatoriano. El comportamiento de él, del protagonista: aterrador con los hacendados y caritativo con los pobres, cabida tuvo en la sensibilidad y el entendimiento de la población desposeída, por lo que luego de la muerte lo transformó en leyenda. y Eliécer Cárdenas, con su brioso y austero soplo narrativo, con su estilo de espontánea belleza y su percepción intimista, hizo de esa leyenda una novela realista y perduble.

Lo primero que voy a comentar sobre “Polvo y ceniza”, de Eliécer Cárdenas, es algo que nunca antes he comentado sobre ningún otro libro: la portada. Personalmente me parece uno de los mejores diseños de portada que he visto, y los he visto muy buenos.

Bueno, ya he hablado del continente, paso a hablar del contenido. Tal y como aparece en el texto de contraportada (he de confesar que en realidad no lo he sacado de la contraportada, donde sólo aparece la foto del autor, sino de la solapa) esta novela trata sobre la vida, la muerte y la leyenda (sobre todo la leyenda) de Naún Briones, un mítico bandido lojano que campó por las tierras fronterizas entre Ecuador y Perú durante la primera mitad del siglo XX. Su popularidad fue enorme por sus actos, propios del buen bandido (a nivel internacional su figura podría compararse a la de Robin Hood, pero los lectores españoles verán más similitudes con el bandolero de ficción Curro Jiménez). Naún Briones fue un bandido que cargó con muchas muerte a su espalda pero más que por ambición personal actúo por su manera de entender la justicia social, arrebatando los bienes a los terratenientes y hacendados para repartirlos con los desheredados (para remarcar más su nobleza Cárdenas hace coincidir a su protagonista con los Quiroz, los sanguinarios bandidos de la provincia de Cañar cuyo impulso era el odio y que no tenían más fin que la destrucción; o con el Águila Quiteña, ladrón de guante blanco cuyo arte le convierte en una personalidad en la capital).
Toda la novela está construida como un enorme caleidoscopio en cuyo centro se encuentra la figura del bandido. Así, aunque la mayoría de los capítulos narran, en tercera persona (donde a menudo se entremezclan las reflexiones en primera persona de los personajes) las escenas más importantes de la vida de Naún Briones (estos capítulos no están ordenados temporalmente, sino que se suceden según el autor los necesita), estos se encuentran salpicados por otros más cortos donde se nos muestra la leyenda vistas desde diferentes prismas (hay un capítulo genial, el titulado “Voces”, que está compuesto por pedazos de canciones y testimonios actuales de los habitantes de Loja, algunos de los cuales rechazan directamente lo narrado en el libro diciendo que Naún Briones no existió nunca o fue desde un simple cuatrero a un asesino despiadado). He de aplaudir al autor por la construcción de la novela pues, a pesar de su estructura de puzzle el lector nunca se siente frustrado ni se perderá entre los fragmentos. Cada capítulo (no sé si es válido llamarlos capítulos; ya que he comparado la obra con un puzzle será mejor que los llame piezas), cada pieza está escrita con un estilo claro, con un ritmo preciso y con un lenguaje extraordinario. Las reflexiones de los personajes, no sólo las del héroe, también las de Chivo Blanco, Pajarito, Víctor Pardo, los Quiroz o el Mayor Deifilio, son profundas, terribles y lúcidas. Cuando las lees sabes que un bandido analfabeto no se expresaría de esa forma pero todo encaja con el tono de la novela. Porque esta no es en ningún caso una obra realista ni pretende serlo. En muchos fragmentos se codea con el realismo mágico (Jesucristo es un anciano ciego que deambula por los caminos tocando el tambor), aunque yo la clasificaría mejor como el western que le hubiera gustado escribir a Borges (no es una afirmación gratuita; el estilo me recordó mucho al cuento que escribió el argentino dedicado a Billy el Niño) Pero es, sobre todo, un homenaje a un personaje, Naún Briones, cuya figura transciende gracias a Cárdenas, que convierte una leyenda local en una gloria nacional.
Otro acierto del autor (y van…) es que se libera de la tentación de hacer trampas y no convierte a Briones en un modelo impecable de justiciero dentro de un mundo corrupto. También nos cuenta esa etapa de su vida en la que se convirtió en un mercenario contratado por un cacique para sofocar las revueltas de sus peones. De acuerdo que posteriormente se redime, pero la traición a sus principios permanece. Eso lo hace más humano.
Hay muchos más aspectos dignos de encomio, como lo excepcionales que son todos los personajes /es increíble el trabajo que se debe haber tomado Eliécer Cárdenas al respecto, pues no hay uno sólo del que podamos decir “A este ya lo conozco de otro sitio”) o lo adecuadas que son siempre las ambientaciones y el buen hacer en sus descripciones, pero es que todo me gusta de esta novela, de la que soy rendido admirador. Si quisiera buscarle los tres pies al gato el único defecto que soy capaz de localizar sería la mala puntuación del texto, que parece que ha sido aliñado con un salero lleno de comas. Pero eso lo considero un error de edición y no hace incómoda la lectura.
“Polvo y ceniza” es lo más parecido a un best-seller que se ha publicado en Ecuador, pero su éxito es muy merecido.

Puntuación: 97/100

Posdata. Aprovecho para anunciar que el ritmo de publicación de los artículos va a pasar a ser desde ahora bisemanal. Es que si no, no doy abasto. Así pues, dentro de dos semanas colgaré, por fin, el post de “Huasipungo”.

Descarga directa POLVO Y CENIZA Eliécer Cárdenas

sábado, 28 de noviembre de 2009

EL ESPEJO Y LA VENTANA - Adalberto Ortíz


Título: El espejo y la ventana

Autor: Adalberto Ortíz Quiñonez (Esmeraldas, Esmeraldas, 1914; Guayaquil, Guayas, 2003) 

Año de publicación: 1967

Edición: Editorial El Conejo, primera edición, 1983

Páginas: 222, 21 capítulos

ADALBERTO ORTIZ (Esmeraldas, 1914) es un novelista que nace y se hace, va conformándose de un libro a otro. Así, tras su celebrado Juyungo, el gran na-rrador esmeraldeño robustece su expresión para construir, en dos planos sabiamente manejados, un mundo que supera el realismo lineal de la década de los años 30 y se sumerge en una "lógica del horror", como subraya Le Monde, que dibuja la decadencia de una familia mulata emigrada a Guayaquil, pero también la lucha —sensual, a veces, dolorosa siempre, en otras cínica— de Mauro Lemos, su personaje protagónico. El interior sicológico (el espejo) y el exterior social (la ventana) se fusionan en esta historia intensa que amplía, sin ninguna duda, el ámbito novelístico de Ortiz.

Hoy me va a tocar utilizar en este artículo un recurso que ya he empleado unas cuantas veces antes. Me refiero a ese de: “Cuando comencé a leer este libro pensaba que sería de esta forma por esto, por esto y por esto., pero la verdad es que me ha sorprendido gratamente por esto otro…” No es en absoluto original (de hecho ya lo utilicé en el post anterior), pero es rigurosamente cierto y se adecua a lo que tengo que decir sobre “El espejo y la ventana”.

Resumen:
Esta es la historia de una familia con tierras que se ven obligados a huir de la ciudad de Esmeraldas cuando esta es bombardeada por las fuerzas liberales y su hacienda arruinada. Mientras los varones se quedan en la tierra para intentar recuperar su fortuna, las mujeres se instalan en Guayaquil, donde malviven en un pequeño departamento de un barrio marginal. Allí el pequeño Mauro crece, va aprendiendo cómo funciona el mundo y llega a convertirse en el líder de una pequeña revolución.
Dicho esto he de confesar que comenzar este libro me daba una pereza insuperable. Por un lado se debe a que anteriormente ya había leído la novela más conocida de Adalberto Ortiz, Juyungo, y, sin ser la obra maestra de Alfredo Pareja Diezcanseco, me resultó pesada (evidentemente le voy a dar una segunda oportunidad: próximamente en este mismo blog; ahora sigan disfrutando con el artículo). Por otro lado basta con leer el texto de contraportada para que uno se haga la idea de que “El espejo y la ventana” se trata de otra novela de denuncia social, donde nos narra el duro día a día de los explotados (en este caso los protagonistas son mulatos, de forma que también iba a aparecer denuncia racial). Los ricos son perversos, torturan a los pobres y beben sangre de niños en sus misas negras mientras bailan la Macarena (no se me ocurre una canción que simbolice mejor el Mal en estado puro). Por su parte los pobres son gente virtuosa que vive permanentemente sometida a los caprichos de los poderosos, pero sin perder nunca la dignidad.
Vamos a ver, entiendo que esas historias son necesarias pero, no nos engañemos, muchas veces su calidad literaria es discutible.
“El espejo y la ventana” no es así en absoluto. Yo la considero una novela psicológica que sigue la escuela de Dostoievski o Baroja pero trasladándola a un entorno que conoce. En ella el autor se abre la piel y se muestra a sí mismo, muestra cómo las circunstancias son las que forman la identidad del hombre. Esta no es una obra de personajes estáticos, que son meros testigos de su realidad. Mauro Lemos, así como el resto de su familia, sufre la Guayaquil de principios del siglo XX, la vive, la respira, la mastica y, a su vez, es masticado por ella. Nada es gratuito. Todo ocurre porque los personajes necesitan que ocurra. Daré un ejemplo. En toda la novela aparece el tema racial en muy contadas ocasiones (cuando Mauro es pequeño una mujer prohíbe a sus hijos que jueguen con él por ser negro). Si esto ocurre el personaje reflexiona sobre sí mismo, sobre su condición, y a otra cosa, mariposa. Adalberto Ortiz no da la murga durante páginas y páginas hablando de lo duro que es pertenecer a una minoría. Y podría hacerlo, porque sabe de eso, pero prefiere que la historia avance.
Esto último es lo más acertado de la novela. La historia avanza, siempre fluye. Hay un capítulo terrible, uno en el que habla sobre la tía Delia (no daré más pistas pero el que lo haya leído lo recordará). Te consigue poner los pelos de punta en cuanto te das cuenta de los que está pasando. Cualquier otro autor se regodearía en ello y haría que la vida de los protagonistas diera un vuelco a raíz de este suceso. Pero Ortiz no. Él entiende que, por muy terrorífica que sea una experiencia la vida es demasiado vasta para que la afecte realmente. Y la historia avanza, una vez más. Así se explica que en sólo doscientas veinte páginas se nos narre la vida entera de un personaje y de la gente que lo rodea sin que el lector sienta que le están escatimando pedazos importantes.
Cada capítulo está compuesto de dos partes, la del espejo, que es una reflexión interior muy lírica, y la de la ventana, que es donde se narra, en tercera persona, la historia de la familia. Contrastan porque, mientras que en la parte del espejo el autor desata su lenguaje (el estilo es muy barroco, deliberadamente oscuro y recargado), la parte de la ventana conserva un estilo claro y directo, impecable. Está bien repartido ya que el espejo abarca unas diez líneas y la ventana es el grueso del capítulo, que suele ser de unas diez páginas. Si la proporción fuera diferente este libro sería insufrible (le tendría que cambiar el título y llamarlo “Las pequeñas estaturas”; lo siento, es que me cabreó mucho).
Pero no es perfecta la novela. Es una lástima que Adalberto Ortiz, que tan adecuadamente mantiene el ritmo de la narración durante los capítulos previos, al final se le desboque y acabe precipitadamente. Podría haber añadido un par de capítulos más para que el relato siguiera su curso natural y acabara cuando tiene que acabar. Esta es una apreciación personal y, si es lo único negativo que he podido encontrar, la valoración, por fuerza, no será menor de:

Puntuación: 93/100
Descarga directa EL ESPEJO Y LA VENTANA Adalberto Ortíz